Pedro Saputo y los agotes

La llamada "Justicia de Almudévar: págelo quien no lo deba" por Natalio Bayo

Esta semana he estado leyendo cosas sobre los agotes, unas gentes malditas que vivían en ghetos apartados en los pueblos del Pirineo, aunque los más famosos son los del valle del Baztan en Navarra, estaban extendidos también por el norte de Aragón y la Occitania francesa. Básicamente más que una etnia o un pueblo era una manera de descalificar al extraño, al distinto, al que hacía algo que no estaba bien visto o reconocido por la sociedad estamental de la época, es decir no eran hidalgos, no poseían tierras, ni casa pero si eran cristianos, aunque estaban marginados en los oficios religiosos. En su mayoría se dedicaban a oficios artesanos como herreros, tejedores, albañiles, canteros y lo que hoy día se llaman “artes liberales” músicos, artistas, etc. El caso es que conforme más profundizaba en el conocimiento de los agotes, me iba acordando de una leyenda sobre Pedro Saputo, ese pícaro de Almudévar (Huesca) cuyas aventuras recogió el eminente Braulio Foz a principios del siglo XIX en un libro que seguramente está en muchas casas aragonesas pero que, en los pueblos del bajo Gállego, todos conocen porque han sido transmitidas de boca a oreja, generación tras generación.

Esta es la historia: había en un pueblo un herrero que un día y en un ataque de ira, dicen que porque le había llevado a la fragua la comida fría, no se le ocurrió otra cosa que atravesar a su mujer con un hierro candente y que, a consecuencias de las heridas producidas, falleció la infeliz. Ante tal caso de violencia de género, el herrero fue detenido y procesado. Conocedor de las andanzas de Pedro Saputo recurrió a él para que le salvara la vida. Pedro se hizo cargo del asunto y el día del Juicio Saputo alegó en defensa del asesino que tan solo había “un Ferrero” en el pueblo y que si mataban a “o Ferrero” quien iba a “apañar as azadas, os ferrajes das caballerías” “os aladros” y toda aquella herramienta que era utilizada por los lugareños para resolver su vida cotidiana. Los miembros del Tribunal se quedaron pensativos hasta que uno de ellos dijo: Tiene razón Saputo, ferreros tenemos uno y si lo matamos no tendremos ninguno. Hagamos justicia con tejedor por ejemplo que en el pueblo hay tres o cuatro y eso no se notará, además los que queden se alegrarán, más trabajo repartido. Saputo intentó protestar ante tal decisión, pero la suerte estaba echada. Liberaron al preso y se abalanzaron a la caza del primer tejedor que encontraran, así ocurrió con un desgraciado que andaba por la calle y que sin saber nada de lo que había sucedido fue ahorcado por la justicia del lugar.

Seguramente aquellos desgraciados, tejedores y herreros serían agotes, no personas o personas de segunda cuya vida valía por lo que servía a los vecinos de primera, por tanto la justicia se pagó, no sobre el delincuente, sino contra los de su clase, porque en definitiva los agotes eran todos los mismo y todos tenían el mismo valor.



Comentarios

  1. De manera mucho más velada, y a lo mejor con otras premisas no tan diferentes, aun pasa ¿no?

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  2. Bien visto. Detrás del chiste hay un documento de barbarie.

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